Inspirado en una infancia llena de dolor y abusos sexuales, éste asesino colombiano comenzó como un simple violador para luego transformarse en el monstruo que, entre 1992 y 1999, violó, torturó y mató a unos 140 (se cree que pudieron ser 192) chicos de entre 6 y 16 años…
El colombiano Luis Alfredo Garavito ha
pasado a la historia del crimen como uno de los asesinos en serie más
prolíficos. Confesó haber asesinado unos 140 menores (todos entre 6 y 16
años y de género masculino) aunque algunos expertos señalan que sus
víctimas pudieron ser unas 172 o incluso 192…A cada chico que mató
también violó y torturó. Adoraba manosear a sus jóvenes víctimas, pero
también las golpeaba, les pateaba el pecho, la cara y el estómago; les
saltaba encima, les pisoteaba las manos; amaba hacerles quemaduras con
vela y solía morderles las tetillas al igual que Chikatilo; a algunos
les amputó dedos, les cercenó las orejas e incluso los genitales; muchas
veces mutiló, desmembró e incluso decapitó[1]; y siempre, siempre bebía antes de realizar sus crímenes.
Fue así mismo un verdadero asesino
itinerante: recorrió unas cinco veces Colombia, pasando por 59 de los 69
municipios del país y a su paso dejó muerte en 11 (13 con víctimas no
confirmadas) de los 32 departamentos de Colombia.
.
Un pasado marcado por el dolor
Luis Alfredo Garavito nació un 25 de
enero de 1957 en el municipio de Génova Quindío en Colombia. Fue el
primero y por tanto el mayor de los siete hijos que tuvo la familia
Garavito Cubillos. Su formación académica no fue nada sobresaliente ya
que apenas estudió hasta el quinto de primaria, debido tanto a la mala
memoria que tenía como a la cruel constancia con que su padre —un tipo
violento, bebedor y mujeriego—, le recordaba lo “bruto” que era.
Como muchos colombianos, Garavito tuvo
que irse a vivir a otro lugar debido al azote de un conflicto interno
signado por la sangrienta guerrilla y las respuestas del Ejército y los
paramilitares. Llegó así, junto a su familia, al caluroso pueblo de
Ceilán en el norte del Departamento del Valle.
Allí, en Ceilán, Garavito ingresó a la
escuela Simón Bolívar con gran entusiasmo. Al comienzo todo iba bien
para él pero pronto sus problemas internos empezaron a transformarlo en
un niño tímido e introvertido, usualmente violento y frecuentemente
molestado por sus compañeros que le tildaban de “Garabato” (por el
apellido). Sumados a esos problemas sociales estaba el complejo de
inferioridad que en Garavito se iba acentuando al saber que, encima de
ser un chico con lentes al que hostigaban, era un niño con pánico
escénico, con miedo de pasar al pizarrón y, claro está, sin la capacidad
de sobresalir en los exámenes y demás asuntos de la vida escolar.
Paralelamente a toda esa frustración
escolar, Garavito nunca tuvo un buen entorno familiar, por lo que años
después declaró que tenía “la desgracia de estar dentro de una familia
que se la pasaba discutiendo, peleando y lanzándose palabras de grueso
calibre”. Fue en esa familia donde Garavito sufría viendo como su “muy
rígido” padre golpeaba a su madre “y la arrastraba” mientras ella
lanzaba gritos “desesperadamente”. Sin embargo hubo una escena que lo
marcó particularmente, por lo que años después declaró: ‹‹Yo vi cuando
él la cortó; esa imagen quedó grabada dentro de mi cerebro de por vida,
no la he podido olvidar…. Yo fui el único que la defendí…. Le metió una
pela que la dejó coja estando embarazada de mi hermano Ricardo. Fueron
casi cuarenta años que le aguantó mi mamá a ese señor humillaciones,
desprecios; recuerdo que le decía: “yo la recogí del fango,
mujerzuela”››.
También el padre de Garavito era un
individuo que, además de tratarlo de “jueputa”, “bastardo” e “imbécil”,
solo lo tomaba en cuenta para que cumpliese sus órdenes y las diversas
tareas que le encomendaba, a lo que sumaba su negativa a permitirle a
Garavito el tener amigos y novia. Sexualmente tampoco era una muy buena
influencia pues, como el mismo Garavito contó: “Mi papá no dormía con mi
mamá, dormía conmigo, él me bañaba, no recuerdo que él me haya
acariciado, tengo un recuerdo vago, era de noche, él como que me
acarició me tocó las partes íntimas…a ese señor nunca lo quise, lo veía
como un verdugo”.
Continuando el proceso de degeneración
sexual de Garavito, entró un amigo de su padre, un tipo que era vecino,
dueño de una droguería del pueblo y abusivo consumado. Ese hombre
torturó y violó a Garavito cuando apenas tenía doce años; lo ultrajó
golpeándolo y mordiéndole el pene y las nalgas, quemándolo con una vela,
amarrándolo a una cama y obligándolo a hacer cosas tan infames que ni
el mismo Garavito quiso confesar años después. Fue por culpa de aquel
monstruo que Garavito no se entusiasmó cuando “el hermano de una señora”
le mostró revistas pornográficas.
Lejos de darse por satisfecho, el amigo
del padre de Garavito iba a visitar a Garavito cuando éste dormía con su
hermano Rafael en la tranquilidad de la finca, sacándolo de la
habitación y llevándoselo a algún lugar del campo para violarlo a sus
anchas. Por aproximadamente dos años, esa fue la infernal rutina sexual
de Garavito, hasta que fueron a Trujillo, donde las cosas tampoco se
mejoraron, ya que allí, cuando su padre lo mandó a comprar unas
inyecciones en una farmacia, el sujeto (otro conocido de su padre) violó
a Garavito, cosa que repitió algunas veces más, sin ser jamás delatado
puesto que el pobre chico temblaba de miedo ante la posibilidad de que
su padre no le creyera a él sino a sus amigos…El daño era ya definitivo
según se ve en las palabras de Garavito: “Después yo empecé a sentir una
atracción hacia las personas de mi mismo sexo. Mis hermanos y hermanas
estaban muy pequeños, yo sentí como algo y todos nos fuimos hacia una
cama donde yo insinué que se quitaran la ropa y comencé a acariciarlos,
allí no pasó nada, ni mis padres se dieron cuenta, ni tal vez mis
hermanos se acuerden. Estando durmiendo, cogía a mis hermanos menores y
les quitaba la ropa y sin que ellos se enteraran los acariciaba”
Luego, aún de adolescente, Garavito fue
un poco más lejos e intentó acorralar a un niño cerca de la estación del
tren. Violarlo no era su intención, solo quería abusar ligeramente del
inocente niño, por lo que empezó a tocarlo en sus partes íntimas, pero
éste gritó y afortunadamente vinieron unos guardias de la Defensa Civil
que se llevaron a Garavito. Posteriormente fue liberado y su padre, que
le prohibía tener novia, actuó de una manera aberrantemente incoherente e
incomprensiva pues, como contó Garavito: “Después de eso me largan y
resulta que mi padre me reprendió, me dijo que si acaso no había
mujeres. Pero mi papá no me dejaba tener novia y a mí tocaba ocultar
todas esas cosas que me pasaban. Me soltaron y de ahí en adelante no
volví a vivir en la casa, mi papá me echó y trataba de que no volviera
más”
Tras eso Gravito tuvo que irse a buscar
morada y trabajo en fincas, donde para su suerte supo ganarse el cariño
de la gente con la que le tocaba convivir; pero, a su vez, fue en el
inicio de esa etapa donde empezó a “perder el cariño” hacia sus hermanos
y hacia su madre (quien, pese a no maltratarlo, nunca fue afectuosa),
como también a desear, cada que se emborrachaba, ir a matar a su odiado
padre, cosa ésta última que nunca tuvo el valor de hacer realidad.
Algo bueno de esta nueva etapa en su
vida, fue que Garavito tuvo “muchas amigas” y, particularmente, en
Trujillo conoció, en la iglesia, a una muchacha de la cual se enamoró, a
la cual nombraba frecuentemente y de la cual “decía que había tenido un
hijo con ella” aunque nunca tuvo ni un hijo ni tan siquiera una
“relación con ella en aspecto íntimo”. Pero al menos, como se ve, las
violaciones no lograron convertir a Garavito en un homosexual puro sino
más bien en un bisexual.
Luego Garavito fue a la ciudad de
Armenia (en Colombia), donde consiguió empleo en una panadería, arrendó
un cuarto y se vinculó con Alcohólicos Anónimos. En ese entonces su
rutina después del trabajo solía ser la de asistir con fervor a la
iglesia, ir después a Alcohólicos Anónimos y, tras salir, tomarse unas
cuantas cervezas para ir al parque Valencia en la noche y comprar algún
cuerpecito de los pobres niños que a esas horas se prostituían en los
alrededores del parque…Esa fue la doble vida que llevó por más de un año
en los inicios de su juventud, una vida que por un lado le llenaba de
pervertido goce mas por otro le envenenaba con remordimiento (solía
golpearse fuertemente el pecho en la iglesia) y angustiosas
preocupaciones por la forma en que era socialmente vista su inclinación.
Poco menos de 23 años tenía Garavito
cuando, no pudiendo tolerar más la angustia de sus trastornos, fue a
buscar atención psiquiátrica en el Seguro Social tras pelear con sus
compañeros de trabajo y perder su empleo. Allí le contó al psiquiatra
que había pensado en suicidarse porque su vida “no valía nada”, pero no
le dijo sobre su impotencia sexual con las mujeres, su afición carnal a
los menores y la importancia que para él tenía el conformar una familia.
Así, el tratamiento que se le dio fue el demasiado general que se
correspondía con el cuadro de “depresión reactiva”.
Después la vida de Garavito pareció
mejorar considerablemente cuando éste consiguió empleo en un
supermercado dentro del cual conoció a Claudia, una mujer que tenía dos
hijos (un chico de 14 y una niña) a los cuales, sorprendentemente,
Garavito siempre respetó. Pero no pudo más que ser pareja sentimental (y
no sexual debido a su impotencia) de Claudia, él mismo lo dejó claro:
“mis compañeros me molestaban con Claudia, yo con ella no tuve
relaciones sexuales, era para que la gente me viera con ella y le
gastaba bastante”.
.
Surge el gran violador
Junto a esa impotencia para ser
marido-amante, empezó a latir con más fuerza el monstruo interior de
Garavito cuando, en octubre de 1980 él, mientras seguía trabajando en el
supermercado, comenzó a sentir la presencia de un “impulso” que quería
dominarlo. En sus propias palabras: “Muchas veces me ocurrió que
llegaban menores de edad al supermercado a comprar algo, a mí me iba
dando un deseo como lo que yo siempre he denominado una fuerza o un
impulso de estar con ese menor de edad, acariciarlo, violarlo. En las
horas de almuerzo aprovechaba, dos horas, y me iba para la vecina
población de Quimbaya. Allí accedí a varios menores…[…]…únicamente los
acariciaba, los amarraba, les quitaba la ropa y los violaba, pero
finalizando el 80 y a comienzos del 81, me voy para la ciudad de
Sevilla, me llevo a un menor, y de pronto no sentía placer solamente con
acariciarlos y violarlos[2],
sino que llevaba cuchillas de afeitar, velas y encendedores. En algunas
oportunidades les hacía tomar el semen obligados y me quitaba un diente
para poder morder a los niños, es el incisivo lateral derecho, ese
diente me lo hice colocar porque mi papá me lo tumbó cuando yo tenía
quince años. Yo sentía como un descanso, me sentía bien haciéndoles esto
a los menores, les mordía las tetillas, les tasajeaba los brazos y, por
los lados de las nalgas los quemaba”
En la desfigurada psiquis de Garavito,
al igual que en la del sanguinario Andrei Chikatilo, se había
establecido la fatídica asociación entre el dolor ajeno y el placer
propio, asociación que en psicópatas como él fácilmente desembocaba en
el matrimonio del sexo y la muerte. Y es que, en efecto, Garavito
descubrió que la intensidad de sus orgasmos aumentaba cuando aumentaba
la violencia que sobre sus víctimas ejercía, debido a lo cual empezó a
torturar a sus pequeñas víctimas. Sin embargo el nacimiento de esa
oscura faceta no liquidó su conciencia moral; la cual, si bien no servía
para frenarlo, sí que servía para atormentarlo. Fue entonces que
intentó darle una explicación bíblica a sus actos y su religiosidad se
volvió compulsiva, haciéndolo buscar no solo perdón y redención sino
castigo para sus pecados. Tan grandes eran sus remordimientos que a
veces, sacudido por la angustia, se levantaba desorientado en medio de
la madrugada, recordando cada violación que acudía a su mente,
reviviendo las terribles escenas en que sus inocentes víctimas, una vez
más, lo miraban con los ojos desorbitados por el dolor y el terror, no
ya para traerle placer sino profusas lágrimas que resbalaban por su
rostro y luego, sorprendentemente, eran seguidas por sarcásticas risas
suscitadas por la evocación del sádico gozo…
Lejos de ser una ficción, en Garavito
parecían convivir dos hombres distintos. Cada noche se acercaba con
fervor a la mesa y tomaba la Biblia, buscando en ella algún salmo que le
proporcionase paz a su alma, alejándolo así del peso de la culpa y
abriéndole las puertas a la esperanza de ser salvo. También, cada vez
que encontraba algún versículo aplicable a la crisis que estaba
atravesando, lo escribía en su adorada libreta azul con la letra torcida
por el desenfreno. Y cada noche, además del salmo o los salmos,
Garavito recitaba en voz alta los versículos de su libreta azul mientras
deambulaba, desnudo, de un lado a otro de su habitación. Finalmente,
cuando la fe le había repuesto las fuerzas, el monstruo se vestía y
salía a la calle; pero, antes de aquello, tomaba el siniestro diario
donde apuntaba el nombre de cada niño violado.
Mas no era únicamente el deseo de placer
lo que impulsaba a Garavito hacia el mal. Había también un deseo de
venganza (unido al ‹‹mecanismo de desplazamiento››[3])
y un anhelo de contrarrestar su sentimiento de humillación a través del
sentimiento de poder que experimentaba con sus víctimas. Esto lo vemos
implícito en la forma con que Garavito se expresó de la admiración hacia
Hitler que desarrolló (sin dejar de lado su fanatismo religioso…) luego
de leer su biografía: “Yo admiraba mucho a Hitler, quería llegar a ser
como él, conseguir poder para hacerme respetar. Siempre anhelé ser
importante, estar en la televisión, en la prensa y que todo el mundo
hablara de mí. Me gustaba él porque fue una persona humillada y de un
momento a otro alcanzó un poder. Admiraba de él esa situación, yo me
quería vengar de muchas personas. Yo pensaba que una persona que me
mirara mal había que fusilarla. Me gustaban los campos de
concentración….”
Por todos los conflictos internos antes
expuestos fue que Garavito, con 27 años, ingresó a una clínica
psiquiátrica en enero de 1984. Allí estuvo 33 días, hasta que los
doctores creyeron que se había recuperado y le autorizaron a asistir a
sus reuniones en Alcohólicos Anónimos. Fue un gran error: Garavito nunca
se recuperó y estaba ávido por tener carne tierna entre sus manos. Él
mismo lo contó: “Cuando me dieron un permiso, llegué a Pereira […]. Allí
ubiqué dos menores de edad que vivían por el sector de Getsemaní, un
centro espiritual campestre. Sobre esa misma vía, algo retirado de ese
seminario, los metí por un cafetal y los amarré, los despojé de sus
ropas y yo también me despojé de mis ropas. Los violé […]. A estos niños
me parece que los quemé[4], los mordí y allí los dejé”
Pero Garavito, que aún no había
alcanzado todo su potencial criminal, los dejó con vida y éstos lo
reconocieron después mientras estaban en un carro. Lastimosamente el
criminal logró escapar.
Así habría de seguir hasta 1992, fecha
en la que cometería su primer asesinato. Pero, hasta que la tormenta de
sangre se desate, muchísimos niños inocentes habrían de ser violados y
torturados por el infame Garavito, de quien los expertos calculan que
llegó a violar un niño por mes entre 1980 y 1992, habiendo sido, a lo
largo de ese transcurso, incapacitado por el ISS (Instituto de Seguridad
Social) en 1980, 1981, 1983, 1985 y 1989. Puede entonces formularse la
pregunta de cómo logró violar tantos niños con tantas incapacitaciones
del ISS y sin ser capturado. La respuesta está, por una parte, en la
habilidad que tenía Garavito para convencer a los psiquíatras y médicos
de lo útil que le era realizar visitas (aprovechaba las salidas para
violar) a Alcohólicos Anónimos; y, por otra parte, está en la destreza
con que engañaba a sus víctimas y en el cuidado que ponía en no ser
visto a la hora de violar, tal y como él mismo dejó entrever cuando
dijo: ‹‹Para poder llevar a los niños les repetía el cuento: “tengo
unos terneritos pequeños y necesito que me ayuden, yo les pago mil o
quinientos pesos”. Los niños me creían y se iban conmigo. […] Yo buscaba
sitios apartados de difícil acceso y boscosos, también matorrales que
estuvieran alejados de las casas. Utilizaba cafetales y cañadas donde
hubiera pasto alto, pero siempre lejos de la gente.››
.
Los primeros pasos de sangre
En 1992 Garavito cometió en Jamundí el
primero de sus más de cien asesinatos. Se trataba del pequeño Juan
Carlos, quien se divertía tranquilamente en un parque hasta que tuvo la
desdicha de pasar enfrente de una caseta en la que Garavito estaba
bebiendo. Seguramente fue el alcohol, además de otros factores, lo que
en ese instante encendió en Garavito el deseo de violar a Juan Carlos.
Era un impulso oscuro y contundente el que, convirtiéndolo en una
especie de marioneta humana, tomó el control de Garavito e hizo que
pague la cuenta al instante y comience a perseguir al niño desde una
distancia prudente. Cuando el niño se detuvo, Garavito aprovechó y
compró un cuchillo, cuerda y licor. Entonces y justo antes de que Juan
Carlos se levantase para ir a buscar a su madre, Garavito lo engañó
ofreciéndole dinero y se lo llevó hasta un potrero cercano, caminando
después cerca de los rieles del ferrocarril hasta llegar a un lugar
despoblado. Fue allí, en medio de aquel paisaje boscoso y lleno de
charcas que reflejaban la luz de la luna, donde el trastornado Garavito
tuvo la revelación que lo impulsó a complacer su maltrecho concepto de
venganza: ‹‹Me transporté a mi infancia, sentí mucho odio, más los niños
que yo llevaba nunca los mataba, y es allí donde cojo a este menor,
empiezo a tasajearlo con una cuchilla y se apodera de mí algo extraño
que me decía “mate, que con matar ya venga muchas cosas”. Fue así como
yo procedí a matarlo, así fue mi primera muerte››
Luego de su primer asesinato, Garavito
quiso ir a Trujillo para visitar a su hermana Esther, quien era la
única, de entre todos sus hermanos y hermanas, con quien tenía un
vínculo. Sin embargo hizo una pausa en Tulúa, donde se abandonó al
alcohol. Otra vez sucedería lo mismo que con el pequeño Juan Carlos. Era
pues ya de tarde cuando Garavito, que estaba bebiendo desde las diez de
la mañana, vio a Jhon Alexander Peñaranda. De aquel instante el
monstruo recuerda: “Yo estaba bien, tomando, solo con el deseo de
escuchar música, no tenia planificado buscar un menor, de pronto de un
momento a otro veo pasar a un niño y me pone mal, se me apodera esa
fuerza […], entonces yo reprimo, tomo más licor y empiezo a quebrar
envases”. Luego vino la aplicación del método y la violación y muerte
del niño.
.
Destripando y amputando: Garavito aumenta su crueldad
En 1993 Garavito comenzó a abrirles
(mientras estaban vivos) el abdomen a los niños. Era un corte extenso,
lo suficientemente profundo como para destrozarles el aparato digestivo
pero no como para quitarles la vida. De aquella y otras crueldades fue
testigo la aterrorizada capital colombiana de Bogotá.
El autor de los asesinatos, el hombre
que le arrancó los pulgares a ocho niños (no lo repitió con más por
temor a ser descubierto), planeó cada crimen tras el cristal de una
ventana en los rojizos, empobrecidos y tupidos barrios de ladrillo del
sur oriente de Bogotá. Al respecto, Garavito cínicamente expresó: ‹‹Eso
lo hice yo. Sentía placer al hacerle esto a los niños, aparecían con los
intestinos afuera… yo quedaba tranquilo. Claro que pensaba, “ese placer
fue a costa del dolor de todos estos angelitos”, como les digo yo. Yo
lo titularía “El Silencio de los Inocentes”. Estando matando niños me vi
esa película como cinco veces.››
Sin embargo no todas las víctimas de
Garavito fueron, como diría el habla popular, “pan comido”. Así, a fines
de 1993 en la localidad de Tulúa, Garavito estaba bebiendo una botella
de “Aperitivo de la Corte” (su licor favorito, lo adoraba) cuando de
pronto vio a un niño que deambulaba con su bolso por la terminal. El
niño tenía doce años y se había quedado dormido en el bus, por lo que no
se bajó cuando debía y ahora estaba perdido. Garavito vio que tenía una
oportunidad y, con engaños, aparentó que ayudaría al niño, compró más
botellas de “Aperitivo de la Corte”, le brindó al niño una buena
cantidad y luego lo llevó por la carretera bien lejos, se desvió, cruzo
una zanja y allí, en el campo, amarró al niño y le quitó la ropa. Iba a
seguir cuando un mal olor lo detuvo. Era un olor nauseabundo, propio de
algo podrido, un olor que no lo dejaría seguir en paz con su pervertido
plan hasta que no averiguase de qué se trataba. En realidad eran restos
de algo muy familiar, solo que Garavito, para fortuna del niño, no
recordaba que había dejado exactamente allí, tal y como cuenta: ‹‹Busco a
ver qué era, sin que el niño se diera cuenta, y sí, allí observo un
cráneo, unos restos de otros menores que días antes había llevado,
estaba esa calavera, y yo en estado de “enlagunamiento”. Después de
tener al menor amarrado me pide que lo suelte. Lo suelto, el niño
también toma conmigo y lo acaricio. No sé en qué momento él se armó con
el cuchillo y se me abalanzó. Yo se lo fui a quitar y resulté
tasajeándome el dedo pulgar de mi mano izquierda[5].
Perdí la movilidad porque me cogió unos tendones y allí fue donde
decidí matarlo››. Fue a causa de aquel acto temerario que el niño acabó
perdiendo la vida inmediatamente, aunque es prácticamente seguro que, de
no haberlo hecho, solo habría conseguido retardar su muerte.
Otro asesinato de particular importancia
fue el de Jaime Andrés de 13 años de edad, quien era un preadolescente
de humildes orígenes; un chico amable y trabajador, que estudiaba en la
jornada de la tarde del colegio Policarpa Salavarrieta y vendía café
preparado por su madre para ayudarla a cubrir los gastos de la pequeña
casa que ocupaban en el barrio la Independencia. Jaime Andrés era
bastante popular y querido entre conductores de taxis, clientes de bares
del centro de la ciudad y noctámbulos de parques; todos guardaban
simpatía por el llamado “niño de los tintos”, hasta que la noche del 4
de febrero de 1994 el infame Garavito apareció.
Todo empezó cuando echaron a Garavito
del bar Los Vallunos tras discutir con un cliente. Al frente, en la otra
acera, Jaime Andrés contemplaba toda la escena. El sujeto se le hacía
conocido: era el “doctor de los ambientadores” que había ido el año
pasado a vender ambientadores a su colegio. A su vez Garavito también
había visto al pequeño y se había acordado de él, pero de momento no
hizo nada más que marcharse amargado al hotel en que estaba. No obstante
a las 9 de la noche “esa fuerza extraña” que lo “domina” empieza a
hacer de las suyas para que Garavito se aproveche del “niño de los
tintos”, quien aún a esas horas seguía vendiendo café. Como siempre,
cede, tras lo cual se guarda el cuchillo, compra cuerdas y licor y
convence al niño para que lo acompañe en un viaje del que solo uno de
los dos regresará, aunque esta vez con un recuerdo amargo que jamás
podrá borrar: ‹‹ […] él estaba vendiendo tintos, le hablo, lo convenzo
para que me acompañe, deja su termo y se va conmigo. Lo introduzco al
cañadulzal, lo amarro […]. El niño grita, lo acaricio, el niño sigue
gritando y posteriormente lo mato, me acuerdo tanto de este niño por una
situación, en ese sitio hay una cruz, regreso […] y de un momento a
otro siento una voz que me dice: “eres un miserable, no vales nada”. Regresé y mire lo que había hecho. En ese momento me arrodillé, me arrepentí, y enterré el cuchillo››
Real o no, el impacto de esa experiencia
fue tal que, al llegar al hotel, Garavito se pasó toda la noche y la
madrugada recitando versículos de la Biblia en voz alta, sin poder
dormir, presa de una angustia y un remordimiento que lo tuvieron con los
ojos abiertos hasta que el sol salió de nuevo.
Mas las cosas no podían quedarse así y aquel “eres un miserable, no vales nada”
le dio la fuerza necesaria para dedicarse a trabajar y dejar la bebida,
la sangre y los asesinatos. Pero la conversión duró solo un tiempo,
tras el cual volvió a su rutina de alcohol, muerte y violaciones. Por
otra parte, Garavito también probó suertes con el lado oscuro de la
espiritualidad, metiéndose con la ouija (de la cual salió defraudado al
no experimentar nada excepcional) y hasta con el satanismo: “Practiqué
ritos satánicos con los menores que asesiné, lo hice a mi manera, pero
no quiero explicar cómo lo hice; yo hice pacto con el Diablo.”
.
La captura
El 22 de abril de 1999 y tras haber
violado a unos 200 niños y asesinado a más de 100, Garavito fue por fin
capturado en la ciudad de Villavicencio.
Salvando al pequeño John:
John Iván Sabogal, niño pobre que vendía
lotería en las calles de la ciudad de Villavicencio, yacía desnudo y
atado de pies y manos a un matorral ubicado en las solitarias afueras de
la ciudad. John no había hecho nada demasiado contundente para escapar
del agresor, hasta que sintió en sus espaldas la proximidad ansiosa del
agresor…Fue en ese instante, cuando supo que perdería la inocencia y muy
probablemente la vida, que el pequeño John empezó a gritar con todas
sus fuerzas a ver si alguien hacía algo por él.
Entonces y contra todo lo esperable, un
chatarrero que andaba fumando marihuana por el lugar escuchó los gritos
y, al ver cuál era la causa de estos, no dudó ni un momento en apedrear
al monstruo tras increparle un “¡oiga, hijueputa, qué le está haciendo a
ese niño!”.
Al verse defendido, John corrió hacia el
chatarrero y luego ambos corrieron como desaforados para huir de
Garavito, quien enfurecido los perseguía con el puñal en la mano.
Finalmente el niño y su salvador
lograron llegar a un punto en que el asesino dejó de perseguirlos ante
la posibilidad de ser visto. Tras eso siguieron hasta llegar a la
casa-finca Rosa Blanca, desde donde el noble chatarrero llamó a la
estación de policía La Esperanza, ubicada en Villavicencio.
Tras la llamada, la Policía acudió al lugar y la cacería dio inicio.
Informe de un operativo exitoso:
La búsqueda de Garavito estuvo al mando
del cavo Pedro Babatita. Cuando por fin Garavito fue capturado, éste se
identificó como Bonifacio Morera Lizcano. Investigaciones posteriores
confirmaron que Bonifacio Morera Lizcano era Garavito. Se trataba así de
una falsa identidad usada por el asesino para confundir. Nada
sorprendente pues, como acotó el Diario Hoy en una nota periodística de octubre de 1999: ‹‹Garavito
usaba nombres falsos, cambiaba su cabello, su bigote y barba y empleaba
lentes. Pasaba por vendedor ambulante, monje, discapacitado, indigente y
hasta representante de fundaciones humanitarias para ingresar a las
escuelas, donde hallaba a sus víctimas, que oscilaban entre los ocho y
16 años de edad››. Volviendo al operativo de su búsqueda, el cabo Pedro Babatita reportó los hechos de la siguiente manera:
‹‹ […] ya eran como las nueve de la
noche, y nosotros “dele pa’riba” y “dele pa’bajo” por la circunvalar. De
pronto un taxista reportó: “Alguien está saliendo del monte, alguien
está saliendo del monte”. Aparte de los taxistas con los que íbamos
Tinjaca (patrullero) y yo, otros nos ayudaban con la red de apoyo y sus
radioteléfonos.
En cinco minutos llegamos al sitio que
nos decía el taxista y el niño Jhon Iván apenas lo vio dijo: “¡Es ese,
es ese! Ese era el que me iba a violar… el que me estaba cogiendo…”
En el taxi iban también el papá y la mamá del niño, entonces les tuve que ordenar: “¡de aquí no se baja nadie!”. La niña venía[6]
con el patrullero Tinjaca, en el taxi que nos seguía. Entonces le dije
por radioteléfono: “¡Tinjaca, pregúntele a la niña si ese era el tipo
que estaba persiguiendo al indigente y al niño con un cuchillo!” De
inmediato contesto: “Sí, sí, sí, ese fue”. Esto sucedió en cuestión de
segundos. El taxi que nos había dado el dato clave venía adelante,
mientras Garavito caminaba por la orilla. Cuando apenas el hombre se
sorprendió al ver tanto taxi, ya estaba cogido, yo me había bajado y
estaba encima de él.
De manera muy calmada, pero con berraquera[7] le pregunté: “¿Hacia dónde va el señor?” A los cual contestó: “Vengo de Acacias y voy para allá”, señalando cualquier lado.
“Bueno, mano[8],
¿y usted qué hace caminando por acá si la llegada a Acacias es para el
otro lado de la ciudad?”. Mientras le hablaba y él contestaba, saqué las
esposas y de una se las puse. Desde el taxi los niños confirmaron que
era él. Ya Tinjaca se acercaba al haberse bajado del carro. Era la
palabra de los niños contra la de él, recuerdo que no dejé que Garavito
viera a los niños para protegerlos por si lo dejaban libre… Tinjaca me
saludó y después le metió un puñetazo con el que casi lo acuesta. Yo me
quedé aterrado de la reacción de mi compañero, que es un patrullero muy
sereno.
En ese momento preferí meterlo al taxi y
empezó a salir gente de la nada… luego en la estación comencé a
interrogarlo: ¿déjeme ver su cedula? – la perdí. Otro documento que lo
identifique? –no tengo ninguno. ¿Nombre y apellidos? –Bonifacio Morera
Lizcano…››
.
Condena y situación actual
Garavito fue condenado a la máxima pena
existente en Colombia: 40 años…Muchos solicitaron su muerte pero el
Estado nunca accedió. Debido a su buen comportamiento y a su
colaboración en el rastreo de cadáveres, se ha abierto la posibilidad de
darle libertad condicional cuando cumpla unos 24 años de condena. Como
es natural, aquello ha suscitado la indignación y el rechazo de la
opinión pública; pero, para complacencia del pueblo colombiano, en mayo
del 2011 Ecuador solicitó la extradición de Garavito para que cumpla la
pena de 22 años por asesinar a dos menores (de 16 y 12 años
respectivamente) en Santo Domingo de los Colorados durante julio de
1998. Inicialmente parecía que el proceso iba a decantarse a favor del
deseo popular, sin embargo en mayo del 2012 la Corte Suprema de Justicia
de Colombia negó
el pedido debido a que, según objetaron, Garavito ya fue condenado por
esos hechos (el asesinato de los dos menores) en Colombia.
Desde su internamiento, Garavito ha
manifestado algunos intentos de suicidio y siempre ha sido aislado para
evitar que lo asesinen y, por la misma razón, lo han cambiado varias
veces de prisión. Tiene, debido a su buen comportamiento, derechos
especiales como el uso de teléfono por hasta cuatro horas diarias (los
otros solo pueden usar el teléfono veinte minutos diarios). Según se
sabe, las únicas visitas esporádicas que tiene son de una creyente
evangélica que quiere lograr que el asesino se reencuentre con Dios.
Supuestamente tal conversión sería un hecho pues Garavito manifestó
haberse convertido a la Iglesia Pentecostal, aunque la opinión pública
sabe que es una farsa, tal y como parece indicar la entrevista realizada
por Guillermo Preto La Rotta “Pirry” para RCN Televisión y Especiales
Pirry, en la cual además se ve que Garavito es un mentiroso contumaz que
parece subestimar de forma ofensiva la inteligencia de sus oyentes.
Finalmente y a modo de cierre y
advertencia sobre el monstruo que siempre permanecerá en Garavito,
queden estas palabras de la excelente entrevista a Garavito que Mauricio
Aranguren Molina puso por escrito bajo el título Viaje a la mente asesina de “La Bestia”. Mi encuentro con Luis Alfredo Garavito: ‹‹No
insistí. Entonces grité más fuerte: “¡guardias!” Aquellos instantes
parecieron eternos, mientras Garavito me insistía en dejarle la cámara.
Su rostro denunciaba alguna molestia y nada que llegaba el sargento.
Sólo pude descansar cuando el guardia abrió el candado. Pocas veces en
mi vida de periodista he sentido tanto miedo. En el pasado he
entrevistado guerrilleros, delincuentes, paramilitares, con el temor
normal, pero convencido de la existencia de una ética de bandido, que se
respeta. Pero Luis Alfredo Garavito se sale de las normas humanas y en
cualquier momento podría disgustarse conmigo y terminar matándome con
sus manos.››
No hay comentarios:
Publicar un comentario