Herbert Mullin asesinaba motivado por voces que escuchaba en su interior. Las voces le decían que para evitar un terremoto en California debía relizar una serie de asesinatos que servirían como sacrificios que aplacarían el desastre…
A principios de los años setenta,
durante el fin del movimiento hippie, Herbert Mullin se convirtió en un
asesino en serie de California. El joven tuvo una infancia normal, pero
secretamente estaba convencido de que los niños recibían señales
telepáticas de sus padres para que no jueguen con él, este fue el
primero de los desordenes mentales que lo convirtieron en el
escalofriante y excéntrico asesino de 13 personas.
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Herbert y su locura
Herbert Williams Mullin, nació el 18 de
abril de 1947, en Salinas, California, sin embargo, creció en Santa
Cruz. Su padre Martín Mullin, un veterano de la Segunda Guerra Mundial,
era muy estricto y frecuentemente comentaba su heroísmo durante la
guerra, su madre Jean le enseñó a tener buenos modales. Desde temprana
edad el padre de Herbert le enseñó a manejar un arma de fuego. En 1963,
la familia Mullin se mudó a Santa Cruz, donde Herbert de 16 años
consiguió un empleo en la oficina de correos.
En el colegió Mullin sobresalió como
estudiante y deportista. Era popular, tenía muchos amigos, una novia
estable y hasta fue escogido por sus compañeros como el alumno que
tendría más posibilidades de éxito.
Por aquel entonces todo en su vida
parecía estar bien e incluso era un experto tirador que en varias
ocasiones había ganado los premios de la Asociación Nacional de Tiro.
Sin embargo, poco después de su graduación, uno de sus mejores amigos,
Dean, murió en un accidente de moto y Herbert quedó devastado y su
estabilidad mental comenzó a desmoronarse.
Según ciertos psiquiatras que estudiaron
a Herbert, aquel incidente fue el gatillo que detonó el progresivo
deterioro de su cordura. De hecho, Herbert quedó tan afectado por la
muerte de su amigo que le levantó un santuario en su habitación y
comenzó a pasar horas enteras encerrándose en su cuarto mientras, sumido
en la más honda depresión, rememoraba a su amigo. Fue allí que, tras
preguntarse si la muerte de Dean era una especie de sacrificio cósmico,
Herbert empezó a obsesionarse con la idea de la reencarnación, llegando
incluso, pese a su crianza católica, a estudiar religiones orientales
para hallar respuestas a la pérdida de su amigo y a las voces que
hablaban en su cabeza (padecía trastornos esquizofrénicos).
Tras dejar sus estudios, recién
comenzados, en Ingeniería de Caminos —disciplina que había estudiado
porque quería entrar al Ejército—, en 1967 Herb ingresó en un instituto
sobre Religiones Orientales en San José, y permaneció allí por tres
meses, tiempo en el que consumió LSD regularmente y empezó con su
extraño comportamiento y sus trastornos mentales. No obstante el consumo
de drogas ya había empezado antes (en 1966) gracias a Jim Gianera, un
ex amigo de Dean que, tras conocer a Herbert en la playa, le introdujo
al movimiento hippie y a las drogas. Este abuso le empezó a crear ideas
descabelladas como que iba a haber un terremoto en California y que él
tenía que mudarse a Canadá para evitarlo, u otras locuras más que
asustaron a su novia (la misma que tenía desde secundaria) y, junto a la
declaración que él le hizo de que quizá era gay, acabaron con su
relación.
Posteriormente, tras un preocupante
episodio en el cual Herbert visitó a su hermana (a la cual tiempo
después le pediría tener relaciones sexuales) e imitó todos los
movimientos y lo que decía su cuñado por cuatro horas seguidas, como si
se tratara de un niño tratando de molestar. Él mismo se preocupó de su
locura y en 1969 permitió que su familia lo interne en una institución
mental.
Durante
los siguientes años, Herbert entraría y saldría de varias instituciones
mentales tras pasar poco tiempo en estas. De acuerdo con los reportes,
Herbert solía apagar cigarrillos en su propia piel. Llama la atención la
crisis de identidad que desde su juventud acompañó a Herbert: quiso ser
militar, luego se involucró con el movimiento hippie y veneró el
pacifismo, la meditación y la naturaleza; después dejó la heterodoxa y
rebelde contracultura hippie y se unió a un grupo de lectura bíblica
llegando incluso a querer convertirse en sacerdote católico.
Al parecer nunca se encontró del todo a
sí mismo; pero, pese a eso, ha habido ciertas constantes que le
acompañaron a través de sus transformaciones. Así encontramos la
creencia en la reencarnación, la práctica de la meditación, la creencia
de origen bíblico en los sacrificios de seres vivos (como se ve en
Levítico y otros libros del Pentateuco) para proteger a la colectividad
de grandes desastres naturales, creencia que él, como producto de sus
delirios esquizofrénicos y megalómanos, distorsionó llegando a pensar en
sacrificios humanos que servían para evitar desastres.
Es pues en el marco de esos trastornos
de identidad que, en conjunción con la esquizofrenia paranoide que le
diagnosticaron los psiquiatras y el prestigioso Robert K. Ressler (un
perfilador del FBI), Herbert llegó a pensar que tenía una posición
especial en el sistema de reencarnaciones (ya que Einstein murió en su
cumpleaños) y que, debido a haber nacido en el día del aniversario del
terremoto de San Francisco acaecido en 1906 (él interpretaba eso como
una señal), su misión era la de prevenir un gran terremoto en California
a través de sacrificios humanos que, según decía, estaban dados por el
consentimiento de sus víctimas pues estas se le ofrecían telepáticamente
para ser tributos. Mullin creía que la guerra en Vietnam había
producido suficientes muertes de americanos para aplazar el terremoto,
como una especie de sangriento sacrificio para la Naturaleza, pero
cuando la guerra comenzaba a terminar a finales de 1972, él tendría que
comenzar a matar personas para mantener el terremoto bajo control.
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Los asesinatos de un demente
El 13 de octubre de 1972, Herbert
asesinó brutalmente a un indigente de 55 años llamado Lawrence White.
Según Herbert, el vagabundo era Jonás, un profeta de la Biblia que pasó
tres días en el vientre de un enorme pez y predicó en Nínive. “Mátame
para que otros puedan salvarse”, había escuchado Herbert a manera de
mensaje telepático que “Jonás” le enviaba. El tributo era magnífico, de
modo que Herbert no dudó en sacar su bate de béisbol y en darle una y
otra vez en el cráneo hasta dejárselo como una amasijo de huesos, sangre
y masa encefálica; un horrible cuadro que, días después fue encontrado.
La siguiente víctima fue Mary Guilfoyle
de 24 años. Herbert Mullin la recogió tras verla hacer auto-stop y
cuando sintió que había ganado su confianza y la chica se había
relajado, detuvo el automóvil con alguna excusa, le pidió que saliera un
momento y entonces la apuñaló frenéticamente hasta extinguir su vida.
Después llevó el cadáver a una colina, lo desmembró, le abrió el
estómago, inspeccionó sus vísceras y permaneció un rato estudiando sus
órganos para luego marcharse y dejar los pedazos del cadáver yaciendo
sobre la colina.
Cuando el cuerpo de Mary fue encontrado,
se creyó erróneamente que era víctima de Edmund Kemper, otro asesino en
serie que atacaba en el área en aquel entonces. Debido a que los restos
de la víctima no fueron encontrados hasta después de varios meses, la
Policía no relacionó su muerte con la del vagabundo. En cuanto a los
motivos que le impulsaron a realizar el asesinato, además de lo de los
sacrificios, había algo especial: su madre, hace no mucho, le había
obsequiado un libro del pintor Miguel Ángel para inspirarlo a canalizar
sus problemas psicológicos a través del arte. Desde pequeño, Herbert
había mostrado habilidad para el dibujo y la pintura. Allí, a través de
las páginas del libro sobre el arte de Miguel Ángel, Herbert llegó a la
conclusión de que Miguel Ángel había alcanzado tal grado de excelencia
en la representación del cuerpo humano como una consecuencia del estudio
meticuloso de la anatomía humana que el gran pintor efectuaba en todas
aquellas horas en que diseccionaba cadáveres. Eso, para él, era una
señal muy clara: en su próxima misión, él debía diseccionar un cadáver…
Tras sólo cuatro días, el jueves 2 de
noviembre, Herbert cobró su tercera víctima. Esta vez se trataba del
Padre Henri Tomei, un sacerdote católico de 65 años. Aquel día, un Día
de Difuntos, Herbert había aprovechado para, después de estar bebiendo y
drogándose, ir a confesar sus pecados en la Iglesia Santa María y, de
una vez, pedir fuerzas para no volver a matar. En un inicio creyó que la
iglesia estaba vacía pero luego, tras darse cuenta de que había un cura
en el confesionario, fue y empezó a confesar sus pecados. Al comienzo
todo fue normal; pero, apenas hubo transcurrido un corto tiempo, Herbert
tuvo alucinaciones auditivas en que el sacerdote le decía que debía
honrar padre y madre, que su padre le pedía que mate gente y que él se
ofrecía como sacrificio. Entonces Herbert perdió el control, le forzó a
salir del confesionario y lo apuñaló salvajemente (tan salvajemente que,
tras hallarse el cadáver, muchos pensaron en la obra de un culto
satánico).
El único testigo fue una mujer que,
mientras se dirigía a la iglesia, vio salir corriendo a un hombre
vestido de negro (Herbert) en la lejanía. Luego la mujer encontró el
cadáver e informó a la Policía aunque nunca obtuvieron nada contundente
que fuera previo a lo extraído en el juicio de Herbert.
Según el psiquiatra Donald Lunde, el
asesinato del Padre Tomei fue el que más afectó a la cordura de Herbert,
él había querido desfogar la ira que tenía acumulada contra su padre
(que era muy católico y severo) y, para eso, había decidido matarlo de
manera simbólica en la persona del Padre Tomei. Pero eso, en opinión de
Lunde, habría de generarle posteriormente una crisis de culpa que le
llevaría a querer restituir la deuda de conciencia con su padre. Por lo
anterior, ya que su padre era un héroe de guerra, y también porque al
entrar a las Fuerzas Armadas él podría desfogar su agresividad matando
bajo el amparo del Estado, Herbert Mullin decidió unirse a los Marines
de Estados Unidos.
El asesino logró pasar los exámenes
físicos y psiquiatricos, pero se le negó su adminisión debido a su
historial delictivo, ya que tenía arrestos menores y un extraño
comportamiento. Este rechazo reforzó los delirios conspiratorios en la
mente de Mullin, el cual estaba convencido que sus oponentes eran un
grupo de poderosos hippies [1].
En
enero de 1973, Herbert llegó a pensar que eran las drogas las que
habían llevado su vida a la ruina y las que le habían impedido honrar a
su padre, ya que fue por los delitos que había cometido en la época en
que consumía por lo que no lo dejaron ingresar a las Fuerzas Armadas.
Pero, en la mente de Herbert, las cosas no se podían quedar así: su vida
había sido destruida por los trastornos que las drogas le habían
causado y existía un culpable principal, alguien que debía pagar con el
máximo precio posible: Jim Gianera, su amigo que le había introducido en
las drogas años atrás. Gianera, sea cómo fuera, debía morir.
Cuando Herbert llego a la casa de Gianera el 25 de enero de 1973, descubrió que su “amigo” se habia mudado y la cabaña [2] estaba ocupada por Kathy Francis. Ella le dio la dirección de la nueva casa de Gianera.
El crimen fue una atrocidad digna de
llevarse a la Gran Pantalla. Herbert tocó la puerta y Gianera lo
recibió. Sin darle tiempo a reaccionar, Herbert lo increpó por haberlo
introducido al mundo de las drogas y, tras gritarle con los ojos
vidriosos y la voz quebrada por el llanto que se estaba burlando de él y
lo estaba engañando (la frase exacta que usó fue “¡You’re claptrapping
me!”), le disparó a Gianera por detrás mientras aquel corría intentando
escapar. Entonces, aún con vida y con parte de la escalera recorrida (la
casa era de dos plantas), Gianera se arrastró gimiendo y goteando
sangre por los escalones, empujó la puerta de su cuarto y, antes de que
su mujer consiguiera refugiarse con él en el baño (la mujer se estaba
duchando previamente), Herbert les disparó a ambos en la cabeza. Sin
estar satisfecho con matarlos, el asesino dejó fluir toda la ira y el
rencor que tenía guardado hacia Gianera y sacó su puñal y lo introdujo
una y otra vez en las cabezas de Jim Ralph Gianera de 25 años y su
esposa Joan Gianera de 21 años…Horas después, la madre de Joan —que se
encargaba de cuidar al hijo ( por suerte no estaba en el momento del
crimen) de los Gianera— encontró el cadáver de su hija y de su nuero…
Pero la misión de venganza aún no estaba
completa. Kathy Francis sabía que él había ido a la casa de los Gianera
y podía hacer que la Policía lo capture demasiado pronto: ella, aunque
inocente, estaba condenada a ser una víctima más en la venganza del
desquiciado Herbert Mullin. Determinado a cumplir cada punto del plan,
el asesino regresó en su coche a la cabaña de los Francis, estacionó su
vehículo en la carretera para que no se bloqueara en el barro que
rodeaba la cabaña, tocó la puerta y esperó.
Kathy Francis, al abrirle, se desplomó
en un charco de sangre tras recibir un disparo en el pecho y otro en la
frente. Implacable, Herbert se dirigió rápidamente al cuarto en el que
supuso que los dos hijos (Daemon de 4 años y David de 9) de la pareja
estaban, abrió la puerta con violencia y los fulminó a tiros y, en un
arrebato de ira y bestialidad, comenzó a apuñalar los cadáveres de los
tres inocentes.
Las autoridades, que sabían que Katy y
su esposo estaban metidos en el mundo de la droga, sospecharon que podía
tratarse de una venganza pero a fin de cuentas no supieron bien qué
hacer con el crimen. En primera instancia, aunque contra natura, se
sospechó de Bob Francis ya que la Policía lo tenía fichado como
traficante. Lo llevaron a un interrogatorio y le hicieron dar una lista
exhaustiva de traficantes de droga, rivales, enemigos personales y todo
inadaptado social o delincuente que él conociera y considerase relevante
para el caso. Herbert Mullin, al no constar en la lista, logró una vez
más escabullirse de la Policía. Por esa misma fecha Edmund Kemper (otro
asesino en serie) andaba cometiendo crímenes atroces en la misma zona y
alguno de los crímenes de Herbert se le adjudicaron incorrectamente a Ed
Kemper.
Un mes despues, a principios de febrero
de 1973, Mullin paseaba por el parque estatal Henry Cowell Redwoods,
cuando encontró cuatro adolescentes hippies acampando. Herbert se hizo
pasar por un guardabosque del parque y dijo que estaban contaminando el
bosque, pero ellos se rieron cuando les pidió que se fueran. Mullin se
les quedó mirando lleno de ira ya que ellos representaban todo cuanto
había echado a perder su vida. En su mente, las alucinaciones auditivas
se dispararon y se creó un diálogo en que él le preguntaba a cada uno de
ellos si aceptaba ser ejecutado. Todos aceptaron. En realidad, después
de reírse un rato de la cara enfadada de Herbert, los chicos regresaron a
sus cosas sin pensar que, en cuestión de segundos, el asesino sacaría
su revólver para ejecutarlos uno por uno. Nadie sobrevivió: el último,
que pudo haber escapado, se enredó en su tienda de campaña mientras
intentaba correr y, antes de alcanzar a desenredarse, fue ejecutado.
Herbert inspeccionó un poco en las pertenencias de los chicos, tomó un
rifle y 20 dólares y se marchó. Una semana después se encontraron los
restos de David Oliker de 18 años, Robert Spector de 18, Brian Card de
19 y Mark Dreibeldis de 15.
El último homicidio sucedió tres días
después, el 13 de febrero. Herbert no tenía planeado asesinar a nadie
ese día, simplemente iba a llevar leña a casa de sus padres cuando de
pronto en su cabeza oyó la voz de su padre diciéndole: “No entregues un solo palo de madera hasta que no hayas matado a alguien”
En primer lugar la voz le había
solicitado la muerte del tío Enos pero, tras la negativa de Herbert, la
voz decidió contentarse con la muerte de cualquiera. Cansado de sus
misiones de asesinatos pero a la vez sabiéndose incapaz de parar por su
cuenta, Herbert Mullin decidió cometer un crimen imprudente y estúpido
para ver si todo acababa. Así, en medio de una mañana tranquila y
nublada, Herbert vio a un anciano en la calle, se le quedó observando un
rato desde su coche, se bajó, le disparó con el rifle que había robado
del campamento de los cuatro jóvenes hippies, se subió de nuevo, dio
marcha atrás con su coche con calma y se marchó. Muchos vieron cómo mató
a Fred Perez, un boxeador retirado de 72 años. Incluso, alguien que vio
el crimen desde su ventana alcanzó a ver el número de la matrícula y
llamó a la Policía. Momentos más tarde, Herbert fue capturado por la
Policía mientras se desplazaba en su camioneta Chevy cargada de leña.
Aquel fue su último crimen.
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Juicio y descubrimientos
Una
vez en prisión, Herbert confesó sus crímenes y dijo que todo lo que
había hecho se lo habían pedido las voces en su cabeza para así prevenir
un terremoto. Herbert aseguró que la razón por la que no sucedió un
terremoto recientemente se debía a su labor. Herbert Mullin fue acusado
de diez homicidios y su juicio comenzó el 30 de julio de 1973, debido a
que el acusado admitió sus crímenes, el juicio sirvió para determinar si
era demente o culpable de sus acciones.
Como evidencia a favor de la hipótesis
según la cual Herbert no estaba cuerdo y había sufrido un serio
menoscabo en sus facultades mentales, los oficiales presentaron una
carta (encontrada en la habitación de Herbert) escrita por el asesino
durante el día en que mató a Perez:
‹‹Que se sepa a las naciones de la
Tierra y las personas que lo habitan, este documento tiene más poder que
cualquier otro medio escrito antes. Una tragedia como lo que ha
sucedido no debería haber ocurrido y debido a esta acción que tomo de mi
propia voluntad estoy haciendo posible que se produzca de nuevo.
Mientras pueda estar aquí tengo que guiar y proteger a mi dinastía››
De hecho, cuando el jurado llamó a los
psiquiatras para que dieran su veredicto, la opinión fue unánime:
Herbert Mullin era un esquizofrénico paranoico y su caso, como el de la
mayoría de sujetos que presentan dicho trastorno, implicaba
alucinaciones auditivas (las voces que lo incitaban a matar),
pensamiento fragmentado, sistemas de creencias delirantes (los
sacrificios humanos para evitar desastres) que incluían un patrón de
importancia (él, por su fecha de nacimiento, creía que tenía una misión
especial) y delirios de posesión de facultades psíquicas (él se creía
telépata). En respaldo de lo anterior, el psiquiatra Donald Lunde puso
una cinta en la que Mullin, a través de una canción hecha por él mismo,
describía su delirante filosofía. La canción se llamaba “Die Song” y
decía lo siguiente:
‹‹Ya ves, la cosa es que la gente se
reúne, digamos, en la Casa Blanca. A la gente le gusta cantar la
Canción de La Muerte, tú lo sabes, a la gente le gusta cantar la Canción
de La Muerte. Si yo soy presidente de mi clase cuando me gradúe de la
secundaria, yo podría nombrar dos, posiblemente tres jóvenes homo
sapiens que morirán. Yo podría cantarles la canción a ellos y ellos
tendrían que matarse a ellos mismos o ser asesinados —un accidente
automovilístico, una puñalada, una herida de bala. ¿Tú me preguntas por
qué es esto? Y yo digo, bueno, ellos tienen que morir con el fin de
proteger la tierra de un terremoto, puesto que todo el resto de la gente
en la comunidad ha estado muriendo a lo largo del año, y mi clase,
nosotros tenemos que contribuir en eso para hablarle a la oscuridad,
nosotros tenemos que morir también. Y la gente preferiría cantar la
Canción de La Muerte que asesinar.
Yo
creo que el hombre ha creído en la reencarnación conscientemente,
verbalmente, por quizá unos diez mil años. Y, cuando ellos instituyeron
esta ley…ellos solían practicarla, unos diez mil años atrás…Bueno, ellos
dejan que un chico vaya a matar desaforadamente, tú sabes, el habrá
matado desaforadamente quizá veinte o treinta personas. Luego ellos lo
lincharan, tú sabes, o ellos tendrán otro asesino desaforado que lo
mate. Porque ellos no quieren que él se vuelva demasiado poderoso en la
próxima vida, tú lo sabes…››
Sin embargo, como Mullin cubrió las
huellas de los asesinatos de los Gianera con el homicidio de Kathy
Francis, la defensa descartaba la posibilidad de que estuviera
completamente demente. El veredicto fue entregado el 19 de agosto de
1973: Herber Mullin fue declarado culpable por homicidio de primer grado
tras asesinar a Jim Gianera y Kathy Frances, por ser crímenes
premeditados. Mientras que los ocho asesinatos restantes terminaron con
una sentencia de homicidio de segundo grado por ser crímenes impulsivos
cuya naturaleza irreflexiva fue perfectamente expuesta en palabras del
propio Herbert Mullin: “Una roca no toma una decisión mientras está cayendo, cae y eso es todo”
Herbert Mullin fue sentenciado a cadena
perpetua y tendría opción de salir bajo palabra en el 2025, momento en
el que tendrá 78 años. Actualmente es un convicto de la prisión estatal
de Mule Creek, en Ione, California. Según reportes, en su tiempo libre
suele pintar y escribir poesías, además de que aún preserva bastante de
su esencia hippie pues medita con relativa frecuencia…
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