Bob Berdella asesinó a seis hombres jóvenes, desmembrándolos en su bañera y guardando los pedazos en bolsas que acumulaba hasta la recogida de la basura durante los lunes por la mañana. Aparentemente siempre actuaba los fines de semana…
Los primeros años
Robert (“Bob”) Berdella nació en el seno
de una familia católica un 31 de enero de 1949 en Cuyahoga Falls, Ohio
(Estados Unidos). Su único hermano fue Daniel, siete años menor que él.
El padre de Berdella murió a los 39 años
de un paro cardíaco en 1955, cuando Bob era un muchacho tranquilo y
distante de apenas dieciséis años. Entonces la madre de Bob se fue a
vivir con otro hombre, cosa que su hijo Bob jamás aceptó. Así, en parte
por eso último pero sobre todo por la muerte de su padre, Bob, que
recién a los doce años había sido bautizado, decidió buscar consuelo y
refugio en la Iglesia, donde, según diría él mismo más tarde, se
despertó su interés por diversos grupos religiosos y ocultos.
También fue siendo adolescente cuando
Bob entró a trabajar en un restaurante. Allí un compañero de trabajo
abusó sexualmente de Bob, a causa de lo cual Bob se volvió homosexual y
se alejó de la Iglesia. Paralelamente a esto Bob encontró su gran pasión
por el Cine y la Fotografía, pasando así las tardes en soledad, metido
dentro de algún cine por horas enteras.
Fue dentro de los cines donde Bob, según
declaró muchos años después, vio una película que para él constituyó
una revelación siniestra, una revelación que posteriormente habría de
verse manifestada hasta cierto punto en sus crímenes. Se trataba en
efecto de El Coleccionista, film donde se muestra a un tímido joven que
colecciona mariposas, que un día ve a una chica que le encanta, la
comienza a seguir y luego la secuestra y la encierra en un sótano hasta
conseguir que ella ceda a sus deseos…
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Bob adulto antes de los asesinatos
Con 18 años, Bob ingresó al Instituto de
Arte de Kansas en 1967. Nunca terminó la carrera. Una vez adentro, en
lugar de dedicarse a estudiar se envició con el alcohol y las drogas
hasta el punto de ser detenido por posesión de drogas y sentenciado a
cinco años, mas la sentencia fue suspendida aunque poco después se lo
arrestó por posesión de LSD y marihuana pero se lo liberó en cuestión de
días.
Todo parecía ir mal para el vicioso Bob
hasta que en 1968 entró a trabajar de cocinero en un restaurante. Había
encontrado su vocación. Así, en apenas un año logró comprar una casa en
Charlotte Street y, entre 1970 y 1980, no solo que ayudó a formar una
patrulla vecinal contra el crimen barrial sino que se convirtió en un
chef de prestigio al que solicitaban importantes restaurantes y clubes.
Gracias a ese éxito como chef, Bob
consiguió ahorrar suficiente dinero como para renunciar en 1981 e
iniciar su propio negocio con un local de artículos etnográficos,
antiguedades y objetos góticos. Dicho lugar se llamó el “Bob’s Bazaar
Bizarre” y estaba situado en un mercado local.
Ya con 33 años Bob se hizo pareja de un
veterano de la guerra de Vietnam, aunque la relación fue un desastre,
quizá en parte por los conocidos problemas psicológicos que tienen los
veteranos de guerra. Entonces, tras la ruptura Bob comenzó a frecuentar
prostitutos hombres, involucrándose sentimentalmente con varios,
llevándose algunos a vivir a su casa a cambio de compartir gastos, y
hablándoles a casi todos sobre la necesidad de enderezar sus vidas y
dejar de prostituirse.
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Todo empezó con la venganza
Hay asesinos en los que la violencia y
el crimen van avanzando de manera gradual hasta llegar a su culminación
en la figura del homicidio. Casos así son Garavito, el Monstruo de Los
Andes, Daniel Camargo, Carl Panzram, etc…Sin embargo hay otros que han
llevado toda la vida mostrándose como personas normales, como sujetos
que encajan en la sociedad y que hasta a veces dan la impresión de ser
buenos (como John Gacy el llamado “Candy Man”), sujetos que
sorpresivamente, de un día para otro, revelan al monstruo que llevan
dentro a causa de un siniestro impulso que de pronto los asalta o a
causa de un suceso que de forma completamente explicable sirve como el
detonante de toda la ira que llevan dentro de sí…El caso de Bob Berdella
está dentro de los segundos, en la variante de aquellos en los que un
suceso puntual desencadena la ira aunque, en su caso, es evidente que el
despertar de la ira solo es relevante en tanto que conlleva el
despertar de su personalidad sádica, la cual posteriormente actuará sin
necesidad de la ira como factor motivacional.
Concretamente todo comenzó cuando Jerry
Howell —amigo de Berdella desde años atrás— se negó a pagar una suma
considerable de dinero que Berdella le había prestado hace ya cierto
tiempo, ante lo cual éste último decidió tomar medidas maquiavélicas en
el marco de las cuales la amistad de años con Howell no valía nada
comparada al dinero y al castigo que supuestamente Howell debía recibir
por su falta; ya que, en una mente marcada por el trastorno de
personalidad sádica como la de Berdella, el castigo y la voluntad de
control van de la mano y, en su oscura simbiosis, pueden producir al
demonio de la tortura…
Era pues un 4 de julio de 1984 cuando
Bob, investido de falsa camaradería, pasó por la casa de Howell para
llevárselo a charlar y tomar cervezas. Sin embargo, apenas consiguió
llevarlo a su casa, le suministró a Howell varios calmantes sin que éste
se fijara y después, cuando ya estaba inconsciente, lo sodomizó varias
veces y, en un momento de arrebato, le introdujo un pepino en el ano,
desgarrándoselo y ocasionándole con ello un desangre, tras lo cual lo
ató y se fue a trabajar a su bazar.
De regreso le inyectó aún más
medicamentos para que siguiera sedado y lo colgó del techo con la cabeza
hacia el suelo, haciéndole heridas para que gotee sangre y empleando
después su colección de cuchillos de cocinero para cortarlo en pedazos.
No obstante los cuchillos solo lograron cortar hasta cierto punto, punto
en el cual se pensaría que Howell ya estaba muerto pero no: estaba
vivo, no había tenido la suerte de tener un paro cardíaco como
consecuencia del dolor y seguía por tanto en las manos perversas de
Berdella, quien al ver que sus cuchillos no cortaban fue por una sierra
eléctrica.
Howell, devorado por el terror más vivo,
habría querido creer que estaba en una pesadilla al estilo de Masacre
en Texas pero no, él estaba en la realidad y lo más insólito era que
aquello le estaba pasando por una simple deuda y que el monstruo que
sonreía con la sierra en la mano era un hombre al que por años consideró
su amigo.
La sierra se acercó a Howell con su
ruido frenético y los huesos de Howell omitieron un sonido grotesco
mientras éste, en lugar de desmayarse, comenzó a vomitar del dolor hasta
que finalmente murió ahogado en una mezcla de sangre y vómito.
Una vez concluida la labor de cortar a
Howell, Berdella empacó los restos de la víctima en negras bolsas de
plástico, sacó las bolsas afuera y dejó que el camión recolector haga lo
suyo llevándose al basurero los restos de Howell.
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El placer de la tortura
Tras el asesinato de Howell, Berdella
vio el enorme goce que le ocasionaba torturar y, sabiendo que una vez
dado el primer paso el límite psicológico estaba cruzado y podía seguir
sin problema, decidió iniciar un diario en el que narraría todos sus
crímenes, describiendo con lujo de detalle los métodos, las torturas
empleadas y los asesinatos como tales. Pero he aquí que salió a flote su
pasión por el Cine y la Fotografía, por lo cual pensó que sería una
idea genial acompañar la bitácora escrita con videocasetes y fotografías
de su cámara Polaroid. Para él no había consideración alguna hacia el
dolor ajeno, era un verdadero psicópata y todo lo que importaba era el
placer de la tortura y el deleite estético de contribuir al gore y al
snuff[1] con “joyas” de su autoría…
Por eso no dilató demasiado el proyecto y
eligió a Robert Sheldon como segunda víctima. Sheldon, como era ex
amante de Berdella y había estado varias veces en su casa, fue sin mayor
problema a casa de éste un 10 de abril de 1985. Una vez ahí, Berdella
lo drogó y, mientras Sheldon yacía inconsciente, lo ató y esperó a que
despertara.
Ya despierto Sheldon, Berdella quiso
probar una de las múltiples ideas de tortura que tenía en mente, por lo
que tomó una jeringa, la llenó con un líquido destapa-caños llamado
Drano, e inyectó el líquido en los ojos de Sheldon, dándoles así un
aspecto macabro al estilo de las portadas de depressive black metal.
Tras eso le molió las manos a golpes con una barra de hierro,
dejándoselas como horrendos amasijos inoperantes de carne y hueso.
Cuatro fueron los días en que Berdella
se entretuvo golpeándolo, inyectándole sustancias, cortándole trocitos
del cuerpo y violándolo una y otra vez. Y habría sufrido más, si no
fuera porque un amigo de Berdella vino de visita y el torturador, para
evitarse problemas por los posibles gritos o lamentos de Sheldon, le
puso una funda en la cabeza, cerró la puerta y lo dejó morir asfixiado.
Después que el visitante se marchó,
Berdella repitió el mismo procedimiento de la primera víctima y fue por
su sierra eléctrica, lo cortó en pedazos y lo metió en bolsas de basura,
conservando únicamente la cabeza y enterrándola en el patio.
La tercera víctima de Berdella fue
nuevamente alguien allegado: su amigo Mark Wallace. A Wallace, al igual
que a los anteriores, lo llevó a su casa, lo drogó y lo ató. Grande fue
la suerte de Wallace al morir rápido debido a un error de Berdella, ya
que éste quería probar torturas con descargas eléctricas y calculó mal
el voltaje, matando así a su víctima y a su posible “entretenimiento”.
Como siempre, tras acabar lo cortó en pedazos y metió los pedazos en
fundas para que se las lleve el camión de la basura.
James Ferris, también amigo de Berdella,
fue la cuarta víctima. Nunca debió pensar en pedirle a Berdella que lo
aloje en su casa. Sin embargo tuvo aún más suerte que Wallace, ya que
Berdella, quizá por costos, empleó una droga de uso veterinario para
dormirlo y, en vez de darle un sueño temporal, le dio un sueño
eterno…Cuenta Berdella que ésta experiencia lo frustró muchísimo, ya que
la víctima no solo que se libró de toda tortura sino que murió sin
dolor alguno. En cuanto al cadáver, nuevamente la elección fue cortarlo y
mandarlo a la basura.
Todd Stoops, pese a su amistad con
Berdella, fue a la Policía y les contó a los agentes que, algunos de los
hombres que se habían reportado como desaparecidos, habían pasado con
el dueño del Bazar Bizarro de Bob. Por el momento la Policía no hizo
nada, en parte porque quedaba claro que Todd simplemente tenía sospechas
y no estaba seguro de que Bob fuera un asesino.
Lo racional hubiese sido que Todd,
sospechando de su amigo Berdella, no pusiera un solo pie en casa de
éste, pero quizás por la autoconfianza que le daba ser un hombre
físicamente fuerte, o quizás simplemente por falta de agudeza, Todd
visitó a Berdella, quien echó al suelo toda la fuerza de Todd con una de
sus inyecciones somníferas.
Ahora que Todd estaba bien atado,
Berdella sí que podía entretenerse libremente y esta vez no arruinaría
todo con experimentos arriesgados. Empezó así con el estilo clásico,
desnudándolo y violándolo, culminando las violaciones no ya con un
pepino (como con su primera víctima) sino con su propio puño, el cual
introdujo con brutalidad por el ano de Todd, desgarrándoselo de una
forma tan salvaje que la sangre brotó a borbotones…
Y mientras Todd gritaba Berdella le
inyectaba Drano en los ojos y en las cuerdas vocales, y lo filmaba y
fotografiaba, reduciendo así sus gritos y lamentos a meros contenidos de
su macabra colección audiovisual.
Ninguna víctima resistió más que Todd,
ninguna víctima sufrió más que Todd. Fueron semanas, varias semanas
infernales en que la fiebre lo acompañó mientras las torturas y las
violaciones fueron su pan de cada día hasta que a comienzos de julio de
1986 la luz de la muerte lo salvó de una vida que no podía ofrecerle más
que oscuridad. Ya muerto, Todd fue cortado en pedazos y entregado al
basurero.
Después de Todd, Berdella decidió variar
el menú y ya no eligió a otro amigo sino a un joven prostituto: Larry
Pearson, a quien Berdella convenció para que fuera a su casa, donde lo
drogó, lo ató, lo violó y torturó. Al inicio Pearson, un tanto
acostumbrado al masoquismo por su profesión, intentó ahorrarse
sufrimiento y disfrutar (era homosexual) en lo posible de las sádicas
excentricidades de Berdella, quien estaba feliz de que Pearson
encontrase algo de placer en medio del tormento. Pero el dolor
predominaba por mucho sobre el placer y, al cabo de seis semanas,
Pearson no aguantó más e intentó revelarse. Furioso, Berdella le dio
puñetazos sin parar, hasta matarlo. Posteriormente cortó el cuerpo y
dejó que el camión de la basura se encargara, aunque esta vez guardó la
cabeza de la víctima en el congelador, tras lo cual desenterró la cabeza
de Sheldon y puso la de Pearson en su lugar, guardando a la cabeza de
Sheldon en su closet.
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Escapando del terror
La última víctima de Berdella no fue ni
un prostituto ni un amigo de Berdella: fue Chris Bryson, un chico al
cual, tras invitar a una fiesta, Berdella subió en su coche, bebió
cervezas con él y finalmente lo llevó a su casa.
Al ingresar en casa de Berdella, Bryson
vio desperdicios y deshechos por doquier. Sintió entonces como un olor
nauseabundo penetraba en sus fosas nasales. Era un olor a excremento y a
orina de perro, y a algo más…
Tratando de relajar al muchacho,
Berdella comenzó a hablarle de que había estudiado Arte y lo llevó al
segundo piso para supuestamente mostrarle su colección de piezas
artísticas. No bien hubo subido Bryson cuando Berdella le dio un golpe
brutal en la cabeza y, sin darle tiempo de reaccionar, le clavó una
inyección somnífera.
Cuando Bryson despertó vio que estaba
desnudo y fuertemente atado a los barrotes de una cama. Junto a él
estaba Berdella con una sonrisa diabólica y un objeto que bien podría
simbolizar el rol que le tocaría vivir: un collar de perro…
Una vez puesto el collar en el cuello de
Bryson, Berdella le metió un trapo en la boca y fue por sus implementos
de director de cine y fotógrafo. Consternado y aterrado, Bryson vio a
Berdella colocando la filmadora en la posición adecuada, tras lo cual se
volvió hacia él mientras el frío ojito de vidrio seguía mirándolos a
ambos, registrando cada acción de la escena…
Durante toda la larga noche Berdella
torturó, violó y golpeó a Bryson, levantándose de cuando en cuando para
tomar fotos con su cámara Polaroid, cambiar la posición de la filmadora
y, sobre todo, anotar en su diario cada cosa de la que Bryson era
víctima.
Según se sabe, al comienzo Bryson
gritaba como loco, pero Berdella le inyectó Drano en la garganta y lo
amenazó con que perdería la voz si seguía gritando.
Ya en la mañana el torturador abrió la
puerta y le aplicó alcohol en los ojos, se sentó encima de él y después
tomó una barra metálica y empezó a golpearlo en las manos y en las
rodillas. No contento con eso, fue por sus pinzas eléctricas y se las
colocó en el muslo derecho y en el escroto, aplicándole una tras otra
descarga mientras lo fotografiaba con la Polaroid, riéndose…
Para prevenir actitudes rebeldes,
Berdella le mostró las fotos de las otras víctimas, fotos en las que
aparecían hombres torturados, destrozados, sometidos a horrores que
hacían deseable la muerte. Le dijo que si cooperaba le perdonaría la
vida, por lo que debía mostrar la actitud propia de un esclavo sexual.
Bryson no podía saber si Berdella decía o
no la verdad, pero era claro que si no cooperaba la muerte sería
prácticamente segura y el sufrimiento mucho mayor, de modo que intentó
seguir el consejo de Berdella durante cuatro días sembrados de torturas y
violaciones.
Afortunadamente sus esperanzas no fueron
frustradas y, tras esos cuatro días, Berdella le desató las manos de
los barrotes de la cama y se las ató por encima, le dio un cigarrillo y,
antes de salir de la habitación, le dejó el control remoto entre las
rodillas y la televisión encendida.
Pasados unos minutos, el problema era
que Bryson no sabía si Berdella se había ido o no de casa, por lo que
bajó el volumen del televisor para intentar responder a su pregunta. Al
parecer Berdella sí se había marchado, de modo que Bryson tenía la
oportunidad de intentar un escape.
Con cierta habilidad Bryson consiguió
zafarse y, con las cuerdas colgando, miró a la ventana y se percató de
que la única forma segura de escape era romper el vidrio de la ventana y
saltar a la calle desde el segundo piso en que se encontraba. Entonces
reunió valor, saltó y se lesionó un pie al caer.
El dolor de la caída era muy grande pero
Berdella podía aparecer en cualquier momento. Consciente de eso, Bryson
ignoró su dolor y corrió hacia la casa más cercana. Para suerte suya el
dueño de casa estaba presente y, aunque no le permitió entrar porque
estaba desnudo, sí le hizo el favor de llamar a la Policía.
Los policías llegaron con rapidez a la
escena y le colocaron una manta a Bryson, quien yacía desnudo sobre el
porche del vecino, con un collar de perro en el cuello, con los ojos
rojos e hinchados y con marcas en las muñecas, los tobillos y otras
partes.
Tras oír la terrible historia de Bryson,
los agentes no sabían si decía la verdad o si simplemente se trataba de
una pelea entre dos amantes homosexuales. Por ello resolvieron esperar a
que Berdella volviese para interrogarlo.
Al aparecer Berdella, la Policía lo
arrestó por sospechoso de asalto sexual y le pidió que firmara una
autorización de ingreso a su domicilio.
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La casa del horror
A pesar de que Berdella no firmó la
autorización de ingreso a su domicilio, la Policía consiguió una orden y
entró a la casa del torturador.
Cuando los agentes abrieron la puerta se
toparon con basura, excremento y orine seco de los tres chow chow (a
los cuales tuvieron que asegurar) de Berdella y un cuarto cerrado en el
segundo piso. Allí, en el cuarto cerrado, yacían revistas porno y
pedazos de cuerdas en el suelo, y había un televisor y una cama junto a
la cual había un dispositivo eléctrico con cables y una mesita con
inyecciones, drogas y distintos frascos con gotas para los ojos.
En otra habitación fue que los policías
encontraron la colección del horror: un par de cráneos, dientes
guardados en un sobre, una columna vertebral humana; una sierra con
restos de cabello, sangre seca y hueso; libros y máscaras propias del
mundo de la magia negra; videocasetes de los asesinatos y torturas,
fotos de las víctimas[2]
(incluyendo a Bryson) y una bitácora (diario) de crímenes. Los
hallazgos siniestros también estaban en el jardín, donde se encontró
otro cráneo, pedazos de vertebra y piel humana; además, la aplicación de
Luminol (sustancia usada para revelar sangre seca) reveló enormes
cantidades de sangre en cubetas, recipientes, otros objetos y varias
partes de la casa.
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Juicio y fin prematuro
En la Universidad de Kansas los
investigadores determinaron que uno de los cráneos hallados en la casa
de Berdella pertenecía a Larry Pearson, gracias a lo cual se lo pudo
acusar de homicidio. Berdella aceptó haber matado a Pearson y
posteriormente se probó que también Sheldon había sido víctima suya.
Nunca encontraron los restos de las víctimas que empaquetó en fundas de
basura.
En todo caso, ante los hechos
descubiertos el fiscal quería la pena de muerte, pero la defensa
contribuyó para que, a cambio de una confesión completa de todos los
crímenes, se le diera solamente una cadena perpetua. El trato fue
aceptado y el 13 de diciembre Berdella inició un relato que le tardaría
tres días y tendría más de setecientas páginas…
Después del corto juicio que tuvo,
Berdella comenzó a cumplir su condena siendo para aquel entonces un
asesino que los medios de comunicación habían hecho famoso. Así,
queriendo aprovechar esta atención pública Berdella se quejó de que
había muchas cucarachas en su celda. Lejos de despertar compasión, un
popular disc jockey local instó a su audiencia a enviar muchas más
cucarachas a la celda de Berdella, quien se seguía quejando ante los
reporteros de los tratos en prisión e incluso había tenido el descaro de
decir que era una buena persona, queriendo probar aquello a través de
la construcción de un fondo para las familias de las víctimas hecho a
base de la venta de sus bienes, gracias a los cuales se consiguió 50.000
dólares que, por parte de los familiares de las víctimas, fueron
tomados como una burla insultante.
Las últimas quejas de Bob fueron que los
guardias de prisión no le daban sus medicamentos para problemas
cardíacos. Consecuentemente Berdella apenas cumplió cuatro años de su
cadena perpetua porque, a sus 43 años, murió por paro cardíaco un 8 de
octubre de 1992.
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