La Entomología Forense, en tanto estudio de la fauna asociada al proceso de descomposición del cadáver, es de gran valor en el proceso de la investigación criminalística; ya que permite, mediante el establecimiento de la antigüedad del cadáver, vislumbrar la fecha del asesinato; así como también, mediante otros aspectos, deja entrever si fue o no desplazado el cadáver, entre otras preguntas.
El estudio de esta fauna asociada a los
cadáveres recibe el nombre de entomología forense. La entomología
forense o médico-legal, por lo tanto, es el estudio de los insectos
asociados a un cuerpo muerto para determinar el tiempo transcurrido
desde la muerte.
En civilizaciones antiguas, las moscas
aparecen como amuletos (Babilonia, Egipto), como dioses ( Baalzebub , El
Señor de las Moscas), y es una de las plagas en la historia bíblica del
Éxodo. La metamorfosis de las moscas ya era conocida en el antiguo
Egipto, pues un papel encontrado en el interior de la boca de una momia
contiene la siguiente inscripción: “Los gusanos no se volverán moscas
dentro de ti” (Papiro Gized nº 18026: 4: 14). La mayoría de los insectos
evitados en los embalsamamientos son los que ahora nos ayudan en la
resolución de los casos de muerte ( Greenberg , 1991).
El primer documento escrito de un caso
resuelto por la entomología forense se remonta al siglo XIII en un
manual de Medicina Legal chino referente a un caso de homicidio en el
que apareció un labrador degollado por una hoz. Para resolver el caso
hicieron que todos los labradores de la zona que podían encontrarse
relacionados con el muerto, depositasen sus hoces en el suelo, al aire
libre, observando que tan solo a una de ellas acudían las moscas y se
posaban sobre su hoja, lo que llevó a la conclusión de que el dueño de
dicha hoz debía ser el asesino, pues las moscas eran atraídas por los
restos de sangre que habían quedado adheridos al ‘arma’ del crimen.
Durante muchos años en determinados
ambientes, se pensaba que al morir una persona las larvas que aparecían
en el cadáver para devorarle bien aparecían por generación espontánea, o
bien salían del propio cadáver. Estas creencias perduraron hasta que
Francisco Redi , un naturalista del Renacimiento se propuso demostrar de
una forma científica que estas larvas procedían de insectos, los cuales
depositaban sus huevos para que se desarrollasen sobre el cadáver. Para
ello, realizó el siguiente experimento: expuso al aire libre un gran
número de cajas descubiertas y en cada una de ellas depositó un trozo de
carne, unas veces cruda y otras cocida, para que las moscas atraídas
por el olor vinieran a desovar sobre ellas.
A las diversas carnes acudieron las
moscas y desovaron ante la presencia de Redi que observó cómo estos
huevos depositados por los insectos se transformaban primero en larvas,
después en pupas y por último cómo salían los individuos adultos.
Pero como es lógico todo experimento
tiene su contraprueba. Para ello, las mismas carnes se colocaron en
cajas, pero esta vez cubiertas con una gasa, a fin de que también se
produjese en ellas la putrefacción, pero las moscas no tuviesen acceso a
ellas. Redi vio que evidentemente las carnes se corrompían, pero que no
aparecía sobre ellas ninguna larva. También observó que las hembras de
las moscas intentaban introducir la extremidad del abdomen por las
mallas tratando de hacer pasar a través de ésta sus huevos y que algunas
moscas no depositaban huevos, sino larvas vivas, dos de las cuales
pudieron introducirse a través del tejido.
Los diferentes grupos de artrópodos
fueron definidos por Megnin como “escuadrillas de la muerte”. Según el
autor, estas escuadras son atraídas de una forma selectiva y con un
orden preciso: tan preciso que una determinada población de insectos
sobre el cadáver indica el tiempo transcurrido desde el fallecimiento.
Estudios posteriores han demostrado que esto no es ni mucho menos tan
exacto como pensaba Megnin y los primeros estudiosos del tema.
Por último, para concluir esta primera
parte de datos generales deberíamos tener claro cuales son los
principales objetivos de la Entomología Forense, que son:
A. Datación de la muerte a través del estudio de la fauna cadavérica.
B. Determinación de la época del año en que ha ocurrido la muerte.
C. Verificar que un cadáver ha fallecido en el lugar donde ha sido hallado o ha sido trasladado hasta el mismo.
D. Dar fiabilidad y apoyo a otros medios de datación forense.
B. Determinación de la época del año en que ha ocurrido la muerte.
C. Verificar que un cadáver ha fallecido en el lugar donde ha sido hallado o ha sido trasladado hasta el mismo.
D. Dar fiabilidad y apoyo a otros medios de datación forense.
Para un investigador criminalista que se
enfrenta a un cadáver son tres las preguntas fundamentales que se le
plantean: Causa de la muerte y circunstancias en las que se produjo,
Data de la muerte y Lugar en el que se produjo la muerte.
De estas tres cuestiones (“Causa”,
“Data” y “Lugar”) los artrópodos poco o nada pueden aportar respecto a
la primera; esa labor, establecer la causa de la muerte, corresponde al
forense; sin embargo, tanto en la fijación del momento del fallecimiento
como en la relativa a los posibles desplazamientos del cadáver, los
artrópodos pueden ofrecer respuestas y, en muchos casos definitivas.
La muerte de un ser vivo lleva consigo
una serie de cambios y transformaciones físico-químicas que hacen de
este cuerpo sin vida un ecosistema dinámico y único al que van asociados
una serie de organismos necrófagos, necrófilos, omnívoros y
oportunistas que se van sucediendo en el tiempo dependiendo del estado
de descomposición del cadáver. El estudio de esta fauna asociada a los
cadáveres recibe el nombre de entomología forense. La entomología
forense o médico-legal, por lo tanto, es el estudio de los insectos
asociados a un cuerpo muerto para determinar el tiempo transcurrido
desde la muerte.
Este PMI o (intervalo postmortem) puede
ser usado para confirmar o refutar la coartada de un sospechoso y para
ayudar en la identificación de víctimas desconocidas enfocando la
investigación dentro de un marco correcto de tiempo. Esta investigación
puede llegar a ser vital en la investigación de un homicidio.
Después de la muerte, hay dos grupos de
fuerzas postmortem que cambian la morfología del cuerpo. El primer grupo
incluye aquellos factores que vienen desde fuentes externas como
crecimiento bacteriano, invasión del cuerpo por los insectos y
mordeduras de animales. El segundo grupo está compuesto por factores que
proceden del interior del cuerpo, como el crecimiento de bacterias
intestinales que aceleran la putrefacción y la destrucción enzimática de
los tejidos.
Debido a la gran dificultad para
calcular la tasa de descomposición por el crecimiento bacteriano, existe
un gran número de estudios sobre el efecto de los insectos necrófagos
en restos humanos encontrados al descubierto. En los cadáveres se
produce una progresión sucesiva de artrópodos que utilizan los restos en
descomposición como alimento y como extensión de su hábitat. Esta
sucesión de artrópodos es predecible ya que cada estadio de la
putrefacción de un cadáver atrae selectivamente a una especie
determinada. Aunque el papel de las diferentes especies de artrópodos es
variable y no todas participan activamente en la reducción de los
restos.
Los diferentes tipos de artrópodos que llegan a un cadáver pueden clasificarse de la siguiente forma:
A. Especies necrófagas: son las que se alimentan del cuerpo. Incluye dípteros y coleópteros.
B. Especies predadoras y parásitas de
necrófagos: este es el segundo grupo más significativo del cadáver.
Incluye coleópteros , dípteros e himenópteros parásitos de las larvas y
pupas de dípteros.
C. Especies omnívoras: se incluyen aquí
grupos como las avispas, hormigas y otros coleópteros que se alimentan
tanto del cuerpo como de los artrópodos asociados.
D. Especies accidentales: aquí se
incluyen las especies que utilizan el cuerpo como una extensión de su
hábitat normal, como por ejemplo arañas, ciempiés. Algunas familias de
ácaros que pueden alimentarse de hongos y moho que crece en el cuerpo.
Existen dos métodos para determinar el
tiempo transcurrido desde la muerte usando la evidencia de los insectos.
El primero utiliza la edad de las larvas y la tasa de desarrollo, y el
segundo método utiliza la sucesión de insectos en la descomposición del
cuerpo. Ambos métodos se pueden utilizar por separado o conjuntamente
siempre dependiendo del tipo de restos que se estén estudiando. Por lo
general, en las primeras fases de la descomposición las estimaciones se
basan en el estudio del crecimiento de una o dos especies de insectos,
particularmente dípteros, mientras que en las fases más avanzadas se
utiliza la composición y grado de crecimiento de la comunidad de
artrópodos encontrada en el cuerpo y se compara con patrones conocidos
de sucesión de fauna para el hábitat y condiciones más próximas.
Los parámetros médicos son utilizados
para determinar el tiempo transcurrido desde la muerte cuando éste es
corto, pero después de las 72 horas la entomología forense puede llegar a
ser más exacta y con frecuencia es el único método para determinar el
intervalo postmortem.
Existen casos de homicidios en que la
víctima es trasladada o asesinada en lugares remotos, lo que retrasa su
hallazgo. Hay homicidios en los cuales las víctimas tardan meses en ser
descubiertas, y en estos casos es muy importante determinar el tiempo
transcurrido desde la muerte.
Los insectos son con frecuencia los primeros en llegar a la escena del crimen, y además llegan con una predecible frecuencia.
Así es posible en determinados casos que
la data dada por el entomólogo no coincida con la data proporcionada
por el médico forense que ha practicado la autopsia; esto puede ocurrir,
bien porque los insectos no hayan colonizado el cadáver en los primeros
días después de producirse la muerte (lugares de difícil acceso para
los insectos, casas perfectamente cerradas, etc.), o por ejemplo en los
casos de abandono y malos tratos en niños y ancianos pueden existir
heridas y lesiones que por su falta de higiene sean colonizadas por los
insectos antes de producirse la muerte de la persona.
En estos momentos, en los que nada es
visible para el ojo humano, es cuando las primeras oleadas de moscas
comienzan a llegar al cuerpo. Las hembras grávidas llegan al cadáver,
lamen la sangre u otras secreciones que rezuman de heridas o los
orificios naturales y realizan la puesta en los primeros momentos
después de la muerte. Cómo y cuándo llegan estos insectos al cadáver y
como se desarrollan en él, son las preguntas que debe hacerse toda
persona que se interese por la entomología forense.
Las primeras oleadas de insectos llegan
al cadáver atraídas por el olor de los gases desprendidos en el proceso
de la degradación de los principios inmediatos (glúcidos, lípidos y
prótidos), gases como el amoniaco (NH 3 ), ácido sulfúrico (SH 2 ),
nitrógeno libre (N 2 ) y anhídrido carbónico (CO 2 ). Estos gases son
detectados por los insectos mucho antes de que el olfato humano sea
capaz de percibirlos, hasta tal punto, que en algunas ocasiones se han
encontrado puestas en personas que aún se encontraban agonizando.
Tradicionalmente se menciona a los
dípteros como los primeros colonizadores del cadáver, donde estos
insectos cumplen una parte importante de su ciclo vital. Constituyen la
primera oleada de necrófagos, que aparece inmediatamente después de la
muerte.
Estos dípteros braquíceros tienen un
ciclo vital cuyas distintas etapas deben conocerse en su duración y
características, con fines de datación. Las hembras de estas familias
suelen depositar sus huevos en los orificios naturales del cadáver tales
como ojos, nariz y boca, así como en las posibles heridas que pudiese
tener el cuerpo. La familia Sarcophagidae no pone huevos, sino que
deposita larvas vivas.
Los huevos son aproximadamente de 2mm de
longitud y poseen un corto periodo embrionario. El estadio de huevo
suele durar entre 24 y 72 horas, siempre dependiendo de la especie.
Estas primeras puestas ya pueden proveer información al investigador,
pues la disección de los huevos y el análisis de su estado de desarrollo
embrionario puede delimitar el tiempo desde la ovoposición, y con ello
el tiempo de la muerte.
Existen datos que indican que si dos
cuerpos son expuestos a la vez, uno con heridas o traumas y otro sin
ellos, el que presenta las lesiones se descompone mucho más rápidamente
que el que no presenta traumatismos debido a que la mayoría de las
moscas son atraídas por las heridas, donde tienen lugar muchas de las
ovoposiciones más tempranas.
Los huevos puestos en un cadáver
normalmente eclosionan todos a la vez, lo que da como resultado una masa
de larvas que se mueven como un todo por el cuerpo.
Las larvas son blancas, cónicas, ápodas y
formadas por 12 segmentos; nacen y se introducen inmediatamente en el
tejido subcutáneo. Lo licuan gracias a unas bacterias y enzimas y se
alimentan por succión continuamente. Cuando las larvas han finalizado su
crecimiento, cesan de alimentarse y bien en los pliegues del cuerpo, de
la ropa o alejándose del cuerpo, se transforman en pupa. El crecimiento
y la transformación en pupa varían además de con cada especie, con las
condiciones exteriores y dependen de la causa de la muerte y tipo de
alimentación.
Existen innumerables referencias de la
temprana llegada de los dípteros al cuerpo una vez acaecida la muerte;
también existen referencias sobre la presencia de puestas en cuerpos aún
con vida, bien por la existencia de heridas abiertas o por procesos
inflamatorios purulentos.
Las larvas que eclosionan en cuerpos con
vida, en primer lugar se alimentan de los tejidos necróticos para
seguir alimentándose de los vivos. Por lo tanto, la presencia de los
callifóridos en un cadáver reciente, es inevitable. Toda ausencia de
huella de este paso, pupas vacías, adultos muertos, debe obligar a los
investigadores a formular ciertas hipótesis: la primera es que el
cadáver haya sido trasladado de lugar, y aún en este caso se encontraría
algún resto de estos dípteros; la segunda, que el lugar del
fallecimiento sea lo suficientemente oscuro e inaccesible a estos
grandes dípteros cosa poco probable pues los callifóridos se encuentran
dentro de las casas durante todo el año. La tercera, que los restos de
los dípteros hayan desaparecido por la acción de los necrófilos
(depredadores o parásitos de los necrófagos), o animales (aves
insectívoras, hormigas, avispas). Ello no ocurre prácticamente nunca de
modo completo, a no ser que el intervalo postmortem sea muy largo. Y aún
en este caso, hay que tener en cuenta que la cutícula de los artrópodos
es prácticamente indestructible, pudiendo permanecer miles de años; se
han encontrado pupas fósiles de dípteros en el cráneo de un bisonte
perteneciente al Cuaternario.
La cuarta hipótesis, es que el cadáver
haya sido impregnado con productos repugnatorios, que hayan impedido el
acceso de las primeras oleadas de insectos. En este caso aparecerían en
el cadáver restos de productos como arsénico, plomo o formol, que se ha
comprobado evitan la presencia de los primeros necrófagos en el cadáver.
Es importante señalar que mientras los
sarcofágidos pupan entre la ropa o en los pliegues del cuerpo y
aprovechan los orificios naturales para sus puestas, los callifóridos se
entierran para realizar la pupación y prefieren hacer sus propios
orificios.
Formando parte de esta escuadra
encontramos a los coleópteros necrófagos por excelencia. Especies como
Necrophorus humator, N. vespilloides y N. vestigator , Necrodes
littoralis y Silpha obscura, son comunes en los cadáveres en avanzado
estado de descomposición.
Es curioso señalar que Omalium rivulare aparece en invierno, dato que puede resultar muy significativo en una investigación.
Tras la desaparición de los ácaros el cadáver ya está completamente seco.
Hacen entonces su aparición una serie de
coleópteros que van a alimentarse de los restos de pelo, piel, uñas,
etc. A partir de 1-1,5 años de la muerte, en el cadáver no quedan más
que escasos restos orgánicos, huesos y en su entorno restos de los
artrópodos que lo han visitado. En este momento hacen su aparición
coleópteros muy característicos que se alimentan a base de estos
residuos.
Pero no todos los cadáveres aparecen en
tierra, pues frecuentemente aparecen cadáveres sumergidos en agua, tanto
dulce como salada. La fauna cadavérica hídrica a la que hace mención
por primera vez Raimondi y Rossi en 1888, no es conocida como la fauna
terrestre, debido a la dificultad que entraña su estudio.
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