domingo, 7 de abril de 2013

La Bandida Y Marco Antonio

Poco después de mudarse a la capital, la rutina de Marco era ir a la XEW a trabajar por las mañanas y dividir la tarde y la noche entre los cafés, los billares, y El Faro a ver si encontraba una oferta para cantar en alguna fiesta o serenata. Muy entrada la madrugada llegaba a su cuarto en Tepito a descansar.
En los billares, donde se reunían los músicos en sus ratos de ocio, Marco oyó hablar de un lugar fantástico en el que se ganaba mucho dinero, la casa de citas de La Bandida.
Marina Ahedo, conocida también como La Bandida o Graciela Olmos, debe su sobrenombre a que se casó con uno de los hombres de Pancho Villa a quien apodaban el Bandido. A la muerte de su marido puso la famosa casa de citas y fue un éxito: a ella llegaban los hombres más famosos, ricos y poderosos de México a visitarla, escuchar los corridos que escribía (de hecho, la canción La enramada es de ella) y, por supuesto, a buscar los favores de las damas que ahí trabajaban. Los músicos que conseguían cantar en el lugar recibían generosas propinas de aquella exclusiva concurrencia.
La Bandida ya no puede
con la ley de la mordaza
va a empezar a abrir la boca
y a ver que cabrones pasa...
Líderes y gobernantes
todititos son igual,
el pueblo se muere de hambre
y ellos usan Cadillac...
Fragmento de un corrido escrito por la bandida
Pero era muy difícil conseguir trabajo en la casa de La Bandida, porque muchos competían por un espacio. La primera vez que Marco entró fue como cliente, acompañando a un artista que estaba ganando fama en aquellos días: Beny Moré. Marco lo conoció en la XEW y, Beny que era muy parrandero, le pidió que lo acompañara, no una sino varias veces. Marco acompañó también a otras personalidades y músicos a la casa de La Bandida hasta que comenzó a ser familiar entre sus trabajadores.
¿Qué cómo logró trabajar en la casa? Por su buena estrella... Entre las muchachas que ahí ofrecían sus servicios se encontraba Sandra, la más guapa de todas a los ojos de Marco, y para su suerte ella se fijó en él.
Ante mi soledad sentimental, Sandra se convirtió en mi ideal de mujer. ¿Qué podía importarme su forma de ganarse la vida, si en lo personal era muy dulce? ... Su filosofía era asombrosa: entre semana, y a pesar de ser ya su pareja, no me dejaba tocarla ni hacerle el amor, afanes destinados sólo para el domingo, que era mi día de fiesta.
Al poco tiempo Sandra le pidió a la Bandida que aceptara a Marco: Fíjese mami (porque todos en la casa la llamaban madre o mami) que hay un muchacho que canta muy bonito y yo quiero que me haga el favor de ver si lo puede acomodar aquí. Así de fácil, Marco comenzó a cantar en la casa de La Bandida.
Las muchachas eran bien aleccionadas antes de comenzar a trabajar. Recuerden, les decía La Bandida, antes que nada, deben escuchar al cliente, sus problemas y sus tristezas. Y eso hacían: Entonces tu mujer te dijo eso, ¡qué bárbara! Y qué le contestaste... y entre copa y copa, la clientela desahogaba sus tristezas primero, tomaba y oía música después y daba rienda a sus apetitos carnales como punto final

Desde la perspectiva del músico, las cosas en la casa funcionaban así: la muchacha platicaba con el cliente, y para amenizar la velada le pedía que llamara a un trío. Por eso importaba que los músicos se llevaran bien con las muchachas. Ellos tocaban y el cliente los recompensaba con una propina, regularmente generosa.
Algunos de los asistentes llegaban a ser peligrosamente posesivos. Marco acompañaba al trío cantando y tocando las maracas, y en más de una ocasión hubo quien pensó que era él quien regenteaba a la muchacha y, llevados por los celos, llegaron a amenazarlo incluso con pistola. En todos esos casos, La Bandida intervino poniendo a cada quien en su lugar tan sólo con su presencia, su autoridad y su impresionante calma para enfrentar la violencia. Como medida de precaución, Marco comenzó a cantar llevando una guitarra y haciendo como que la tocaba... y nunca más lo molestaron. Así era el ambiente macho en los años cincuenta.
Con el tiempo La Bandida le tomó cariño a Marco, quien a la postre se convirtió en el acompañante de sus corridos, gracias a su buena memoria para aprenderse canciones.
Una buena noche, la madre me mandó a llamar. Me sonreía con afecto, pero sentí que algo raro alteraba la atmósfera. ¿Te acuerdas de la guitarra que siempre saco a presumir? Bueno, me la regaló Manolete (el famoso torero). La guitarra –continuó al tiempo que me la mostraba– es ésta y quiero regalártela esta noche. ¿Pero por qué? Es un instrumento de incalculable valor y no soy yo el que se la merece.- Le respondí. Sí la mereces- respondió indignada- porque a partir de hoy te vas a chingar a tu madre. ¡Cómo! –exclamé asustado. ¿Pues qué hice? No has hecho nada pero ya te vas de aquí, cabrón. Hay orden de que mañana ya no entres. Pero, ¿por qué? ¿Es una broma? No es ninguna broma y es porque ya se cumplió tu ciclo aquí. Y si algún día quieres regresar, solamente te aceptaré si hay noticias de que te ha ido muy bien.
La Bandida corrió a Marco para evitar se quedara preso en ese ambiente sórdido y sin futuro. Ella fue la única persona en ese entonces que pudo apreciar cómo un humilde muchachito que trabajaba de traidor en la XEW escondía a un músico de profundos potenciales; y su casa fue el lugar de la capital en el que Marco trabajó como músico profesional por primera vez. Correrlo fue un acto maternal y generoso.
Señora, no sé dónde estás, pero quiero confesarte que en mis flaquezas siempre te recuerdo como un símbolo de perseverancia. Deseo que sepas que tus amorosos consejos no los olvido porque siguen normando mi conducta ante la vida. Es posible, jefa, que los nefastos pregunten qué pude aprender de ti; a estos escépticos les digo que tus bases morales no se traducen en torno a tu non sancta actividad, porque con tu nobleza supiste ganarte el corazón de todos los que te tratamos. Doña Graciela Olmos, bandida de corazones, hurtadora de sentimientos, quien como Robin Hood nos participaste del botín de amigos, ratera de lealtad y pirata de actos nobles, desde que te fuiste, como tu Enramada... me acompañas en mis horas de nostalgia y de tristeza. Bandida, mami, jefa, doña, para ti tengo un solo pensamiento que encierra toda mi gratitud: ¡Bienaventurada seas!

No hay comentarios:

Publicar un comentario